En el ámbito del lenguaje común y cotidiano, es frecuente utilizar «fijación de objetivos» como una expresión equivalente a «establecimiento de objetivos», una pequeña licencia lingüística (aparentemente) que aquí no nos podemos permitir sin hacer alguna aclaración previa importante, por las connotaciones que se desprenden de ambas expresiones (notablemente diferenciadas entre sí, como veremos enseguida).
Efectivamente, si tomamos como sinónimos fijación y establecimiento, tomado el sentido de fijación como estipulación inapelable de objetivos, podemos afirmar que estos se fijan en la primera de las fases de diseño e implementación del cuadro de mando integral. Sin embargo, es importante recordar que los objetivos fijados en el CMI no deberían tomarse, en ningún momento, como objetivos fijos, rígidos e inamovibles.
Al contrario: los objetivos estratégicos que se establecen en el cuadro de mando integral deben ser sólidos, sí, y coherentes, pero en modo alguno inamovibles. Deben poder ser monitorizados, evaluados y revisados a conveniencia: solo así podremos dotar al CMI de la flexibilidad y adaptabilidad precisas, necesarias y deseables a partes iguales. Dicho esto a modo de apunte para mayor precisión, en adelante usaremos fijación como un término compatible con flexibilidad y capacidad de adaptación.
La fijación de objetivos en el cuadro de mando integral
Como sabemos gracias a la abundante información sobre el diseño y la implementación del CMI, expuesta en la guía gratuita 12 claves para la definición de un Cuadro de Mando Inetgral y en posts anteriores, podemos diferenciar al menos 3 etapas en este proceso:
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Diseño: consta principalmente de dos fases de diseño, una funcional y otra con carácter técnico. De la primera, la fase de diseño funcional, se obtiene el mapa de estrategia, en el que se habrán establecido, entre otros aspectos clave, los objetivos a alcanzar (1ª fijación de objetivos).
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Comunicación: consiste, como recordaremos, en la transmisión del conocimiento de la estrategia adoptada (y con ella, de los objetivos establecidos) a todos los miembros, estamentos, áreas y departamentos de la organización. Una etapa que ya no atiende estrictamente al diseño, y que inaugura la secuencia de implementación del cuadro de mando integral.
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Desarrollo y seguimiento: la puesta a punto del CMI y su presentación ante el universo corporativo preceden, junto a la obtención del compromiso de los miembros de la organización con la estrategia adoptada, al arranque y desarrollo de las funciones del cuadro de mando. Es aquí donde la fijación de objetivos debe matizarse en los términos descritos al principio de este post; si la tomamos como un concepto en construcción, inacabable (y no inapelable), habremos entendido una de las claves que determinan el éxito de un CMI: su flexibilidad. Efectivamente, el CMI (y los objetivos que persigue la estrategia) debe someterse constantemente a seguimiento, evaluación y revisión, permitiendo realizar las modificaciones oportunas para adaptarlo a la realidad del ecosistema de los negocios, vivo y en cambio perpetuo.
Resumiendo, podemos concluir que la primera fijación de objetivos estratégicos en el cuadro de mando se lleva a cabo en la primera fase de la etapa de diseño (diseño funcional) del CMI; sin embargo, esto no descarta su revisión, modificación, ampliación o recorte posterior, sino todo lo contrario: el sometimiento a constante revisión inmuniza al CMI y la estrategia corporativa ante la rigidez y el anquilosamiento, una prevención absolutamente necesaria y clave para el éxito en la consecución de los objetivos estratégicos establecidos.
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