Son muchos los expertos que se han atrevido a vaticinar, para el siglo XXI, el papel fundamental que desempeñará la visualización de datos en múltiples ámbitos del quehacer humano.
Efectivamente, no solo aluden a las herramientas de visualización utilizadas en un contexto estrictamente empresarial: su referencia se amplía concediendo a la interfaz un rol protagonista en ámbitos aparentemente tan alejados de los negocios como el del arte y la cultura. Es más, auguran que tanto la interfaz como las nuevas herramientas de visualización serán mucho más que meros elementos (aunque con funciones destacadas) en el ámbito cultural: conformarán, según sus previsiones, un nuevo paradigma.
Los datos en crudo son toscos, difíciles de manejar, fríos y por supuesto sin ningún tipo de belleza estética. Es más, hablar de «belleza» parece algo más que incompatible con los datos: se halla completamente fuera de lugar. Datos y estética son, para muchos (y podemos pensar que con razón) cuestiones incomensurables entre sí, desparejas y sin ningún tipo de relación aparente.
Sin embargo, los datos evidencian un cierto tipo de proporcionalidad, evidentemente relativa y sin posibilidad de aplicación universal, pero claramente comprensible en su contexto, más si son interpretados y «traducidos» en información mediante herramientas de visualización.
Y si lo pensamos con algo de detenimiento veremos que esta proporcionalidad, agradable a la vista cuando se nos ofrecen conjuntos de datos ordenados, debidamente estructurados, nítidos y con un propósito claro genera un cierto sentimiento de placer, de visión satisfactoria, de agrado más allá de la información y el conocimiento implícito que aportan.
¿Podríamos hablar de algo semejante a un nuevo discurso cultural y artístico surgido de la visualización de datos? Pues, por lo visto, así es. Lo demuestra el uso de ingentes cantidades de datos usados (incluso aleatoriamente) para generar visualizaciones estéticamente armoniosas y bellas que cumplen un cometido exclusivamente artístico. Y aunque las aplicaciones de la visualización de datos en el arte podrían ocupar perfectamente un artículo por sí mismas (nos ocuparemos de la cuestión en ocasiones venideras), lo cierto es que esta posibilidad, esta relación entre cultura y visualización de datos ha generado un importante movimiento cultural que apuesta por la visualización a un modo similar como, en su momento, los pioneros del cine aportaron por el séptimo arte.
Nadie duda que la imagen, primero de manos de la fotografía y posteriormente de la gran pantalla, ha establecido un innegable paradigma cultural a lo largo del siglo XX. Entonces, ¿sería tan impensable imaginar que las herramientas de visualización de datos representarían una vuelta de tuerca más en la evolución cultural de la imagen?
En el caso de confirmarse esta nueva tendencia, nos hallaríamos ante una aplicación excepcional y a todas luces imprevista de una de las herramientas clave de la inteligencia de negocios. Claro que, para ello, deberemos estar atentos a cómo evoluciona su aplicación en el contexto cultural, qué interés genera y si este es lo suficientemente atrayente para tejer a su alrededor un movimiento que justifique hablar de la visualización de datos en términos tan rotundos. De momento y por lo que parece, es innegable que su andadura por los caminos culturales ha empezado con buen pie y que su acogida en este campo ha sido tan sorprendente como, por parte de muchos, incondicional.
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