En la primera semana de febrero, Bjarne Stroustrup, creador del lenguaje de programación C++, hizo una impactante declaración en una entrevista: “si los ordenadores fallaran moriríamos de hambre”. Con ella ponía de relieve que la automatización basada en el uso de sistemas de información es imprescindible para llevar a efecto la mayor parte de los procesos extractivos, productivos y de intercambio que permiten a nuestras sociedades sostener su actual nivel de desarrollo económico.
La vital importancia de las TIC para la economía no sólo se ha mantenido, sino que ha aumentado y se prevé que lo siga haciendo durante los próximos años, en los que el despliegue continuo de redes, tecnologías, dispositivos y aplicaciones seguirá impulsando a que las entidades, tanto públicas como privadas y de todos los sectores, digitalicen aún más sus procesos.
La diferencia con respecto a otras fases del desarrollo de la Sociedad de la Información quizá esté en que el fenómeno ya no sólo es perceptible y determinante a escala organizacional. Para quienes residimos en entornos urbanos es fácil percibir nuestra inmersión en un proceso que hace el concurso de los sistemas de información cada vez más relevante en aspectos triviales de nuestra vida cotidiana. Ese proceso no sólo se traduce en un aumento de las posibilidades de comunicación, aprendizaje e intercambio de saberes, bienes y servicios. También supone formas nuevas de “estar” y “hacer” en el mundo, que desencadenan nuevos conflictos cuyos efectos son difíciles de prever.
Esa continua y vasta extensión de los niveles de automatización a gran y pequeña escala proyecta su horizonte de posibilidades en el crecimiento del llamado Internet de las Cosas; una vasta red de interconexión entre personas, dispositivos, máquinas y objetos gracias a la que, según las predicciones más optimistas, el nivel de desarrollo de las sociedades más tecnificadas alcanzaría cotas sin precedentes en la historia de la humanidad.
Las estadísticas que se ofrecen sobre su extensión durante los próximos años presentan el proceso como imparable en Europa Occidental, EE.UU. y China (donde se encuentran el 67% de dispositivos IoT y se prevé que pase de haber 23.140 millones a 75.440 millones en siete años) pero aun trayendo beneficios económicos, esta extensión no parece que vaya a venir acompañada de una prosperidad generalizada, sin fisuras ni conflictos.
La complejidad de los ciberataques, en aumento
De hecho, la omnipresencia de las tecnologías de la información y su elevado nivel de complejidad está comprometiendo la seguridad tanto de estados como de entidades y particulares debido a que lleva aparejado el nacimiento de ataques cada vez más frecuentes, complejos y desarrollados. Actualmente, se habla ya de ciberataques de sexta generación, capaces de aprovechar el “machine learning” (o aprendizaje automatizado) para encontrar vulnerabilidades en cualquier sistema con el fin de bloquear el acceso a aplicaciones y funciones, secuestrar datos o acceder a claves confidenciales mediante las que cometer delitos contra el patrimonio y los derechos a la confidencialidad, a la privacidad o a las libertades (de expresión, ideológica, religiosa, etc.).
A escala organizacional, uno de los ciberataques de consecuencias más desastrosas, sobre todo para las pymes, es el ransomware, que encripta todos los datos de los que dependen los procesos productivos clave de una compañía para exigir un rescate a cambio de su liberación.
La sensación de impotencia al no poder controlar ni manual ni intelectualmente las operaciones del negocio es tan grande puede llevar incluso a “desdigitalizarlo” casi por completo. Un ejemplo de este efecto huida está en el caso de la empresa “Plásticos de La Mancha”, pyme que en la primavera de 2017 vio como mediante un ciberataque ransomware unos hackers secuestraban las fichas de sus 3.500 clientes y la información de 5.500 productos. Yendo los piratas por delante, al dueño del negocio no le quedó más remedio que pagar el rescate. Lo peor no fue la pérdida económica directa, sino la drástica decisión de desdigitalizar la empresa tras la experiencia para pasar a utilizar la red exclusivamente para enviar correos electrónicos. Ante la incertidumbre de sentir el negocio vulnerable en cualquier momento, las oficinas de “Plásticos de La Mancha” volvieron a llenarse de facturas y albaranes en papel.
En Logicalis sabemos que la ciberseguridad frente al cibercrimen y el ciberespionaje (e incluso frente a la ciberguerra en el caso de los Estados) es uno de los retos más grandes a los que se enfrentan tanto las organizaciones como los particulares. Partiendo de un análisis previo de las vulnerabilidades frente a un posible ataque, somos capaces de diseñar estrategias integrales, flexibles y proactivas para cualquier tipo de organización, capaces de proteger la red, el acceso a los datos y a los dispositivos móviles del personal con las máximas garantías para reducir los riesgos de sufrir un ataque.